HISTORIA ORIENTAL

¿Por qué promover el estudio y la investigación acerca de la migración china en el Perú?

Escribe: Miguel Situ / Historiador

Ciento setenta y dos años después del arribo al Perú de los primeros migrantes chinos en la era moderna, a casi un siglo y medio de la firma del primer tratado entre ambos países y a cincuenta años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Perú y la República Popular China, aún siguen pendientes de investigación los temas relevantes de la historia y las particularidades del asentamiento en el Perú de la comunidad china. Si bien es cierto que desde los años ochenta del siglo pasado y con la exposición global de China, han proliferado las publicaciones acerca de los lazos entre el Perú y el gigante asiático, estas han ido derivando hacia un rol apologético antes que esclarecedor.
En este año del bicentenario de la independencia del Perú, en medio de la crisis sanitaria y el ambiente electoral, se han hecho patentes los endebles lazos del tejido social del país, teniendo como una de las razones el desconocimiento o falta de identificación con la historia oficial de gran parte de la población. Igual fenómeno se produce al interior de la comunidad china y de la de sus descendientes, adonde se agrega el desconocimiento y la falta de identificación con las peculiaridades de su propia historia. Una narrativa histórica que se ha ido elaborando repitiendo clichés que poco tienen que ver con el proceso de inserción de la comunidad china en el Perú.
Al respecto, en tiempos recientes hemos podido leer, en publicaciones de la propia comunidad, artículos de contenido tan estigmatizador como “El primer chinero,” “El costo de un culí,” sustentados en estereotipos deformadores del carácter de la migración, a la cual denominan “tráfico amarillo”. De igual manera, se han impulsado homenajes, mesas redondas y conferencias tan forzados, fantasiosos y antihistóricos como el supuesto apoyo a la comunidad china de parte del anarquismo peruano o difundiendo la caracterización degenerada del migrante bajo la cubierta de un análisis literario. Es probable, que para el entendimiento de muchos lectores y espectadores de la comunidad china y chino descendiente1, hay la sensación de escuchar o leer, bajo un supuesto manto académico, solo la repetición cansina de aquello que desde el siglo XIX ha sido atribuido a los migrantes chinos por los más viscerales anti – asiáticos.
Los autores comprometidos en tal tarea podrían sostener, como lo ha hecho alguno con indolencia, que tal detalle no importa, que lo relevante es hacer conocer los hechos con el fin de difundir ilustración. Objetivo loable en la medida en que tal prédica sirviese al conocimiento real y que efectivamente se impulsen las investigaciones, no obstante, es probable que la misma actividad podría estar llevando a todo lo contrario.
Esta reflexión se origina en el cordial pedido del director de la emblemática Revista “Oriental” ofreciéndome la oportunidad de contribuir con un artículo referido a la historia de la migración china en el valle del Jequetepeque. En efecto, al retornar a la vida académica, entre otros temas, me he dedicado a investigar la historia de la migración china en el Perú. Inicialmente, me concentré en el valle del Jequetepeque del cual soy originario, pero en el transcurso de la misma he hallado enormes deformaciones y grandes vacíos, sobre todo en lo referido a la época inicial de la migración. Avanzada la investigación y la interpretación de los datos, así como el estudio comparativo con similares procesos en otras latitudes, encontré que los vacíos no solo eran verticales en el tiempo sino también transversales en el contexto, decidí entonces que era necesario revisar la historia de la migración escrita hasta el momento.
Así pude constatar que muy pocas veces los investigadores han enfocado la historia del migrante chino como la de un sujeto social poseedor de una agenda y que despliega su iniciativa dentro de la historia del Perú. Por ejemplo, un poco de investigación bastaría para demostrar que la migración de mediados del siglo XIX no fue un proceso dirigido a “traer semiesclavos inmigrantes”, sino que fue un intento de los sectores dominantes de dar marcha atrás con el proceso liberal que desencadenó la independencia con el vano afán de mantener la mano de obra cautiva en el Perú. Así, originalmente la iniciativa se orientó a traer población esclava y manumisa en 1845 desde Nueva Granada, el fracaso les hizo entender que deberían abordar el tema migratorio dentro de las reglas de juego de la economía moderna internacional que el capitalismo extendía globalmente.
En ese contexto, la difusión de las características fertilizantes del guano y la riqueza proveniente de su comercialización, auspiciaron la reactivación de la agricultura y la promulgación de la ley de inmigración de 1849 que venía discutiéndose desde años atrás. Dicho dispositivo se orientó a facilitar la venida de mano de obra para los campos sin cultivar, sin importar la procedencia. Los terratenientes peruanos tenían como meta adaptarse a los cultivos comerciales del azúcar y del algodón, productos requeridos por la expansión del mercado mundial. Ello significaba campos de cultivo extensos y mano de obra abundante. La escasez de esta última se debía a que los trabajadores peruanos preferían vivir de la auto subsistencia o refugiados en sus comunidades, antes que someterse a las condiciones serviles o arriesgarse al incumplimiento de los contratos y bajos salarios planteados por los dueños de la tierra.
Eso era ignorado por los trabajadores extranjeros y los empresarios peruanos iniciaron una campaña de reclutamiento en Europa y Asia. El resultado fue que no solo arribaron trabajadores chinos, para 1852 había trabajadores migrantes agrícolas y de servicio irlandeses, belgas y alemanes, todos bajo la misma condición de la normativa migratoria de 1849. Estos, al igual que los migrantes chinos llegaron bajo un contrato de trabajo e igualmente los conductores del proceso fueron recompensados con los treinta pesos por migrante establecidos por el Estado y que provenían de los recursos del guano. Mal se haría, como acertadamente no se hizo, el calificar a estos migrantes como “esclavos” y a los embarcadores como sus tratantes o traficantes, tal como si se hizo y se sigue haciendo con la migración china. Fueron trabajadores libres los que llegaron de una Europa en convulsión, al igual que los venidos de una China bajo asedio extranjero y el imperio en crisis
En el mismo sentido, al igual que no se tuvo en cuenta el accionar del migrante en el acontecer de la historia peruana, no se reparó tampoco que el migrante chino era parte de una familia, de un clan, de un conjunto social, de una cultura con miles de años de antigüedad y con hábitos migratorios tan antiguos como la china. Olvidaron o ignoraban que el mecanismo de la migración, fue utilizado desde tiempos pretéritos, por las tribus del norte y de la meseta central de China para la obtención de recursos para si mismos, para la familia o para el clan. Esta peculiaridad se acentuó y fue muy extendida en las provincias del sur, donde la presión demográfica, las periódicas crisis medioambientales y las rebeliones campesinas empujaban a sus habitantes a salir de su entorno para obtener recursos.
Los excedentes de mano de obra, en su absoluta mayoría varones, solían trabajar en las provincias vecinas, migraban temporalmente a la región del Sudeste Asiático y a las islas aledañas del Mar de China, como en las Filipinas, lugares desde los cuales una vez obtenidos los recursos retornaban a sus pueblos y a su entorno. En realidad, es muy probable que los primeros migrantes chinos hacia América procedieran de este último lugar en el siglo XVII.
Otro elemento que tampoco se ha tomado debida cuenta, como correspondería a un estudio de los procesos históricos, son las implicancias que tuvo para la migración el control ejercido por las potencias europeas en los llamados “puertos del tratado” en las costas de China. Sabido es, que su imposición fue el resultado de las derrotas imperiales en las denominadas “Guerras del Opio” y tuvieron el objetivo de abrir el mercado chino a los productos europeos. Dicho objetivo nunca fue logrado, los mercaderes europeos nunca quedaron satisfechos, pero esa intervención significó mucho más para los migrantes.
Desde siempre, el proceso migratorio chino había sido conducido en ambos extremos por los mismos chinos, tanto en el puerto de embarque como en el de llegada. Ello garantizaba la buena comunicación, el cumplimiento de los acuerdos y el retorno de los migrantes. Así ocurrió, incluso en esos años del siglo XIX, con la migración china para Norteamérica y Europa. Sin embargo, mediatizado el gobierno imperial chino en los “puertos del tratado”, esa garantía no siempre fue posible, porque los extranjeros pudieron intervenir en el proceso migratorio, tal como ocurrió en el caso de Cuba y Perú. Bajo esa conducción, los migrantes estaban expuestos a un idioma ininteligible, al incumplimiento de los contratos y al abuso de contratistas que se empeñaban en mantener trabajadores cautivos, una aspiración arcaica en un mundo en plena modernización.
En resumen, el proceso de inmigración extranjera al Perú de mediados del siglo XIX, fue motivado por la necesidad de mano de obra de los terratenientes para desarrollar los cultivos comerciales de exportación bajo el método de la agricultura extensiva. Dicha inmigración fue normada por la ley ad-hoc de 1849, la cual permitió la llegada de trabajadores chinos, irlandeses, belgas, alemanes etc. los que se rigieron por un contrato y por cuya llegada, los empresarios reclutadores, recibieron un incentivo de los ingresos provenientes de la comercialización del guano.
Como en toda historia nada es lineal y existen las perturbaciones, por supuesto que fue real que existieron los abusos, los incumplimientos de contrato, los maltratos y ello fue para todos los migrantes, eran barbaridades propias de una sociedad resistente al cambio. En el Perú decimonónico se pretendía desarrollar una economía y una producción modernas, manteniendo las relaciones de trabajo tradicionales. Tal como algún estudioso lo señaló, se trató de desarrollar una “modernización tradicionalista”. Pero la llegada de los trabajadores libres significaba un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, un avance en el proceso de modernización pese a la resistencia de los mismos que debían impulsarla. Esa fue la contribución importante de la fuerza laboral que arribó al Perú, entre los que estuvieron los trabajadores chinos.
Mas, veamos que hay detrás de las caracterizaciones estigmatizadoras, repetidas con fruición por algún investigador en las revistas mencionadas. Veladas se hallan las etiquetas que los opositores a la migración china impusieron al proceso desde el inicio. Antes incluso de que los primeros migrantes arribados en el “Friedrich Wilhelm” hubiesen terminado de desembarcar en octubre de 1849, ya eran calificados como “mercancía”, a su transporte como de “tráfico de esclavos” y se les deshumanizaba llamándolos con epítetos tales como “bestias de carga”. El abanderado de dicha caracterización fue el tenaz opositor a la migración china, el jurista conservador y canciller del gobierno de Castilla, José Gregorio Paz Soldán y Ureta, el mismo que años antes, yendo en contra de los principios liberales de la independencia, intentó reintroducir esclavos desde Nueva Granada. Paz Soldán era consciente que la introducción de mano de obra libre, como la de los migrantes chinos, aceleraría el proceso de manumisión y con eso el término formal de la esclavitud.
La brevedad del artículo no permite extenderse en muchos aspectos de ese período inicial, como el papel de los embarcadores y de Domingo Elías, el debate entre conservadores y liberales, el papel de los cónsules peruanos, el contexto en que se otorgaron las prebendas y la fuerte oposición de los esclavistas a la llegada de trabajadores libres del exterior, la práctica del incumplimiento de los contratos, tradición con raíz en el antiguo régimen bajo el aforismo de que “la ley se acata pero no se cumple”. Asimismo, la anarquía de las guerras civiles por el poder, la atmosfera social que malquiso a los trabajadores extranjeros, la mirada discriminadora y explotadora de los patrones, la desconfianza de la plebe y el miedo transformado en inquina de parte de los esclavos que por indicación patronal asumieron la dirección y el entrenamiento de los trabajadores y cuyas acciones cargadas de revanchismo fueron motivo de tanto sufrimiento entre los migrantes.
Trabajadores migrantes con un contenido humano muy difícil de manifestar en un medio donde el lenguaje, las creencias, la comida y las costumbres eran totalmente desconocidos y carecían de toda intermediación que estuviese de su lado. A esas carencias se agregó que las mujeres chinas debieron quedarse a cuidar las pocas propiedades si las tenían, a mantener el hogar y a las tumbas de los antepasados, sumiendo al migrante en un duro aislamiento que sus instituciones ayudaron a romper. Muchos de los migrantes eran “culís”, hombres desposeídos de familia y propiedad y tan solo dueños de su fuerza de trabajo. Pero no lo fueron todos, nuevos descubrimientos han permitido comprobar los diferentes oficios que desempeñaban en sus lugares de origen, el nombre de los condados de procedencia, así como sus edades y sus aspiraciones.
Son muchos los temas para tan breve espacio que requieren seguir investigándose, tener un tratamiento adecuado y una mayor difusión de aquellos buenos ensayos que se hayan en otros idiomas o inalcanzables en revistas especializadas y que no han tenido mayor divulgación. La historia puede tener diferentes ángulos y perspectivas, los procesos son como las grandes montañas con muchos lados y aristas y las narrativas pueden reflejar la visión de los diferentes sectores de la sociedad que tuvieron que ver con el proceso.
En tal medida, muy pocos enfoques, debido a la continua estigmatización y repetición de los paradigmas han adoptado el punto de vista del migrante, en tanto este era un supuesto esclavo al que no se le podía pedir opinión ni valía el esfuerzo de buscarla, porque bajo esa condición era tan solo un ente pasivo expuesto a las circunstancias y a las fuerzas sociales. Por ello, es necesario cambiar el lente, enfocar diferente, adoptar la perspectiva del migrante y revisar con atención la historia consagrada y las fuentes de información primarias, es hora de poner en cuestión lo establecido y de barrer los detritos acumulados.
Mucho se hizo en el siglo XIX por tratar de doblegar al trabajador chino. Cuando este arribó a las costas peruanas, trajo costumbres y hábitos laborales distintos que alteraron las relaciones tradicionales entre amos y esclavos, patronos y servidumbre, propietarios y trabajadores. Ininteligible en el lenguaje, extraño en sus ídolos y en sus creencias, inclinado a la vida asociativa, sus habilidades y su capacidad de movilización y adaptación le facilitaron el ascenso social. Esto generó resistencia y tuvo que superar la presión de los de arriba y desechar el resentimiento de los de abajo, no era fácil en tierras extrañas, pero logró salir adelante y vertebrar su comunidad.
Por ello es una tarea pertinente de las instituciones que se propusieron contribuir a la identidad comunitaria, especialmente entre los descendientes, alentar el interés por investigar lo sucedido con la migración china, tratar de motivar investigadores e investigaciones desde su propio seno. Existen iniciativas en algunos centros académicos que se están organizando, pero hace falta más impulso y crear consciencia de la necesidad de un enfoque diferente. Ninguna comunidad de individuos que desconozca su pasado o que no se identifique con la narrativa histórica producida puede tener una visión compartida y menos vislumbrar un futuro común. Eso debe de cambiar, tal como se ha visto líneas arriba, tan solo arañando la superficie hay todo un mundo por descubrir y una historia por sacar a luz. El que conoce su historia refuerza su identidad. Para concluir, pido la indulgencia de la dirección por salirme del tema encargado, espero que haya ocasión para ocuparme del valle del Jequetepeque.

Bracero chino en haciendo del norte peruana, en tiempos de zafra

 

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